La prensa paraguaya informó este viernes 5 de setiembre de 2008 que la embajadora de los Estados Unidos en Paraguay, Liliana Ayalde, visitó ayer al ministro del Interior, Rafael Filizzola. En la ocasión, la representante de George W. Bush enfatizó el interés de su país de “apoyar y acompañar los programas” de seguridad de Paraguay. La diplomática no descartó una cooperación para el fortalecimiento de la Policía Nacional, que se realizaría en el marco del Programa Umbral. Ver:
http://www.abc.com.py/2008-09-05/articulos/447990/ee-uu-apoya-programa-de-seguridad-de-paraguay
La diplomática acotó que “básicamente estuvimos repasando lo que la cooperación del Gobierno de Estados Unidos ha venido trabajando y algunos temas posibles para el futuro”. Añade que hablaron de “algún posible apoyo a la Policía”.
El tipo de “apoyo” en la materia que ha brindado Estados Unidos en el pasado a Paraguay es bien conocido por quienes sufrieron cárcel, destierro y tormentos en los centros de detención que bajo la atenta mirada de la CIA norteamericana, mantuvo el dictador anticomunista Alfredo Stroessner entre 1954 y 1989.
La penetración de los organismos de seguridad en América Latina durante el siglo XX constituye, sin ninguna duda posible, uno de los episodios más siniestros y vergonzosos en la historia del imperialismo.
Con coartadas como la expuesta por Ayalde a Filizzola, Washington perpetró una invasión solapada que ha dejado como legado a esta región del mundo un pasado de golpes de estado, dictadores sanguinarios, escuadrones de la muerte, desaparecidos, asesinatos políticos, torturas y represión.
Entre otros documentos de los Archivos del Terror, quedó como testimonio de la siniestra presencia norteamericana en Paraguay, un memorando fechado en Washington el 8 de Octubre de 1956, en el que se le asigna como asesor de la temible Policía política y en el que aparecen como participantes en los papeles Mr. Da Silva, primer secretario de la embajada paraguaya, Dr. Oscar Insfrán (un asesor del obispo Fernando Lugo), segundo, Mister Rubottom (ARA) Y Mister Havemeyes (OSA). Se consigna en el documento que se envió una copia a la embajada de Asunción, cifrado ARA (Mr. King), ICA (Mr. Atwood), ARA (Mr. Rubottom) y OSA. Durante
El historiador Carlos Soria Galvarro narra que para ser nombrado ministro durante el gobierno de René Barrientos en Bolivia, Antonio Arguedas Mendieta hizo un degradante pacto con Larry Sternfield, el jefe de la estación de la CIA en Bolivia: si pasaba un interrogatorio sobre su verdadera identidad los norteamericanos aceptarían su nombramiento. “Lo llevaron a Lima escoltado por el agente Leondiris y lo sometieron a cuatro días de preguntas ante un detector de mentiras y hasta lo inyectaron con pentotal, la “droga de la verdad”. Arguedas pasó todas las pruebas y en agosto del 66 fue nombrado ministro de Gobierno”.
Arguedas, que había militado en su juventud en el Partido Comunista Boliviano, confesó antes de morir que en venganza por las humillaciones a que lo sometía la CIA, envió a La Habana una copia de los microfilms que habían hecho los norteamericanos del diario del Che Guevara y otros documentos.
Si alguien piensa que este trato denigrante recibido por un funcionario latinoamericano por parte de los personeros del imperio es cosa del pasado, se equivoca. En Paraguay, antes de ser admitidos en el programa Umbral –herramienta de penetración de Estados Unidos en las oficinas públicas paraguayas-, los voluntarios paraguayos son sometidos a pruebas similares con detectores de mentiras similares a los usados con Arguedas.
El tratamiento recomendado hoy en Washington, para los detenidos en cárceles secretas de la CIA en todo el mundo no ha variado mucho desde los tiempos de la guerra fría, cuando los cadáveres de disidentes paraguayos eran arrojados a los ríos con las cavidades craneanas perforadas, las cabezas sin orejas, con los torsos brutalmente torturados, y los órganos genitales seccionados.
Merced a la obsecuencia de ministros como Filizzola, nuevamente se ciernen hoy sobre el Paraguay la amenaza de persecución, la miseria y la electrocución, aunque esta vez con la bendición de la iglesia de Joseph Ratzinger, bajo el signo oscurantista de la Cruz de Torquemada y siempre bajo las alas del águila yanqui.
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